En la 43ª Sesión del COI celebrada en Roma del 24 al 29 de abril de 1949, se concedieron los Juegos de la XVI Olimpiada a Melbourne, en apretado concurso con Buenos Aires, que perdió por un solo voto1. Los rectores del máximo organismo, se sintieron atraídos por la idea de extender la sede olímpica a un continente que aún no había organizado Juegos. Pero la llegada de agudos y espinosos problemas no se hizo esperar y al ya constatado de la larga distancia, se añadió la esterilizante pugna política entre laboristas y conservadores, que bloqueaban las tareas organizativas. Un tajante y enérgico ultimátum dado por el nuevo Presidente del COI, Avery Brundage, con la amenaza de trasladar los Juegos a Roma, acabó con la discordia. Pero el último obstáculo lo constituyó la cerrada oposición del Gobierno australiano a permitir la entrada a caballos exentos de cumplir cuarentena. Tras arduas discusiones e infringiendo «históricamente» la Carta Olímpica, el COI dividió la sede competitiva, existiendo por ello en 1956, tres rondas olímpicas, cuales fueron: las de esquí y hielo, en Cortina (febrero), equitación en Estocolmo (junio) y los demás deportes en Melbourne (noviembre-diciembre)2.
Pebetero Melburne 1956
Los Juegos deberán iniciarse en Melbourne el 22 de noviembre de 1956, pero el 23 de octubre estalla en Budapest una revolución antiestalinista y liberadora de la férrea tutela impuesta por Rusia. Imre Nagy, Presidente del Consejo, reestructura el gobierno, en donde sólo continúan tres comunistas y denuncia al Pacto de Varsovia, anunciando elecciones libres y exigiendo la inmediata retirada de las tropas soviéticas. La respuesta rusa no se hizo esperar, y el 4 de noviembre sus tanques atravesaban la frontera y aplastaban con sanguinaria crudeza los ilusionados aires de libertad. Janos Kadar es puesto al frente del nuevo gobierno y Nagy y sus colaboradores son apresados y ejecutados secretamente unos días después3.
Antorcha de los Juegos de la XVI Olimpiada - Melburne 1956
El drama húngaro desarrollado en la antesala de los Juegos, provoca airadas reacciones internacionales que exigen del COI la expulsión de Rusia. Avery Brundage, una vez más, se mantuvo firme ante una de las diversas conmociones de su largo mandato presidencial.
«Toda persona civilizada rechaza con horror la salvaje masacre de Hungría —dijo— pero los Juegos Olímpicos son competiciones entre individuos y no entre naciones.»
Sin embargo, varios países decidieron actuar por su cuenta, no enviando atletas a los Juegos: Suiza, Holanda y España así lo exponen en el COI, motivando por ello una tensa sesión en el alto organismo4.
En Madrid, según amplia crónica aparecida en un periódico de la capital, de fecha 7 de noviembre, se decía entre otros extremos:
«España no puede hacer compatibles horrores sangrientos con desfiles, conjuntos y fiestas, que tratarían de enmascarar la situación del mundo..., no aviniéndose con ello a intervenir en una Olimpiada en circunstancias como las actuales, tras la sangrienta invasión de Hungría, derrotada por el comunismo internacional que tanto nos recuerda a lo que hace veinte años intentaron consumar en nuestra patria...»5.
Por su parte el pleno del Comité Olímpico Español, en su Sesión de 12 de noviembre de 1956, expresó que:
«Reconsiderando la petición del Presidente del COI sobre la participación española en la Olimpiada de Melbourne, lamenta comunicarle que se ratifica por unanimidad en el acuerdo precedente, interpretando así el sentido del pueblo español, de respeto y dolor por el pueblo húngaro»6.
Las decisiones oficiales privarán a los atletas españoles de estar presentes en Melbourne, cuando uno de ellos, el gimnasta Joaquín Blume, que había destacado en Helsinki, se perfilaba como favorito para los primeros puestos de su especialidad. Su trágica muerte ocurrida poco después, no le dio lugar a ninguna opción olímpica. Sin embargo, el equipo de Hungría sí había de participar, facilitado su traslado por las ayudas del COI y el periódico francés L'Equipe. En el desfile inaugural es acogido con estruendoso entusiasmo, mientras que a la delegación rusa se le reserva un silencio sepulcral. Los equipos de waterpolo de ambos países, dirimirán una final dramática y violenta que ganará Hungría por 4 a 07.
Medallas de los Juegos de la VI Olimpiada - Melburne 1956
En la ceremonia inaugural desarrollada el 22 de noviembre de 1956 el último relevo de la antorcha es realizado por el atleta australiano Ron Clarke, campeón nacional de la milla y rutilante estrella mundial con varios récords máximos en su poder, quien, paradójicamente, nunca llegó a obtener una medalla olímpica.
El tortuoso comportamiento de Alemania del Este8 motivó, según el COI ya había advertido, que el bloque alemán desfilase bajo una sola bandera (negra, amarilla y roja con los cinco aros olímpicos) y amparado bajo un mismo himno (Oda a la Alegría de la IX Sinfonía de Beethoven). Tal medida habría de mantenerse para los Juegos de las dos olimpiadas sucesivas.
Cortina d'Ampezzo acogerá a los VII Juegos de Invierno en el espléndido escenario natural de los Alpes Dolomitas y la organización fue perfecta. El héroe de esta edición será el austriaco Tony Sailer, tres veces medalla de oro en las disciplinas alpinas. Los rusos ganaron cuatro de las cinco medallas de oro del patinaje de velocidad y desbancaron a Canadá en hockey sobre hielo, especialidad en la que habían triunfado los americanos en cinco ocasiones.
Una jovencísima nadadora australiana, Dawn Fraser, desata el entusiasmo de sus paisanos por sus habilidades en un deporte que provoca expectación nacional, iniciando con la medalla de oro conseguida en 100 m libres, una descollante carrera olímpica en la que había de conseguir sendas medallas de oro en la misma prueba en las dos ediciones siguientes de los Juegos. En otro sentido, en las competiciones ecuestres de Estocolmo, el equipo alemán de dressage (doma clásica) compuesto únicamente por damas, gana la medalla de plata siendo el primer triunfo histórico olímpico de la especialidad con participación femenina exclusiva.
El ruso Vladimir Kuts, un ex marino del Báltico, sorprendió con su doble victoria en 5.000 y 10.000 metros lisos. El reverendo Bob Richards volvió a dominar la pértiga, y el fornido lanzador americano Parri O'Brien gana el lanzamiento de peso, haciendo gala de un revolucionario estilo. Otro coloso americano, Alfred Oerter, inicia con su triunfo en lanzamiento de disco una prodigiosa serie de victorias olímpicas.
Vladimir Kuts (URS)
El amor unió en Melbourne a dos grandes campeones: la checoslovaca Olga Fikotova y el norteamericano Harold Conolly, medallas de oro ambos en las especialidades respectivas de jabalina y martillo. Un año después, vencidas las trabas políticas, contraerán matrimonio en Praga.
Olga Fikotova (TCH)
Para la ceremonia de clausura un nuevo formalismo va a imponerse dentro del rígido protocolo olímpico. A instancias y sugerencia de un joven estudiante australiano de origen chino llamado Wing, los concursantes de los distintos equipos en lugar de guardar en su desfile de cierre los compases y formaciones ritualizadas del acto inaugural, marcharán mezclados en festiva algarabía saludando con gestos de júbilo explosivo a los espectadores que abarrotan el Estadio. La innovación que perdurará ya como costumbre inveterada para sucesivas ediciones, encierra en el fondo y en la forma la esencia de la más pura filosofía olímpica. Atrás han quedado ya las banderas, los himnos, las tensiones, los registros, los récords, los éxitos... o los fracasos. En ese momento rotas y olvidadas ya las barreras formales que les canalizaron a la sede cita de turno, el explosivo y exultante colectivo se siente integrado como el exponente más granado de la gran familia humana, configurando así la gran fiesta coubertiniana dedicada a una primavera juvenil combinada y rítmica, cuya savia deportiva está condicionada, ordenada y dispuesta al servicio del espíritu9.
En la 53ª Sesión en Sofía en 1957 el miembro alemán Willi Daume, puso en conocimiento de la Asamblea, que el Profesor Carl Diem había ofrecido el montante económico del premio que se le otorgó por su fructífera labor olímpica, para la excavación arqueológica del mítico Estadio de Olimpia, trabajos que habían de concluir en 1961 con ceremoniales festejos dentro de los cuales figuraría la inauguración de la Academia Olímpica Internacional10.
Fuente: DURÁNTEZ, Conrado: Las Olimpiadas Modernas, Madrid. 2004, pág. 31 y ss.
CONRADO DURÁNTEZ
Es Presidente de Honor del Comité Internacional Pierre de Coubertin, Presidente fundador del Comité Español Pierre de Coubertin, Presidente fundador de la Asociación Panibérica de Academias Olímpicas y también Presidente fundador de la Academia Olímpica Española y Miembro de la Comisión de Cultura del Comité Olímpico Internacional hasta 2015. Ha intervenido en la constitución de más de una veintena de Academias Olímpicas en Europa, América y África. Su vocación por el Olimpismo ha sido proyectada en constantes y numerosas intervenciones en congresos mundiales, conferencias y simposios diversos, así como en la publicación de numerosos artículos en periódicos y revistas especializadas nacionales y extranjeras dedicados al examen y estudio del fenómeno olímpico.
CITAS:
1 MAYER, Otto: A través de los aros olímpicos, pág. 174.
FLEURIDAS, Claude: Les Jeux Olympiques, París 1972, p. 68.
2 DURÁNTEZ, Conrado: El Olimpismo y sus Juegos, pág. 60.
3 GRAUPERA, M. Hortensia: Olimpismo y Política, Barcelona, 1969, pág. 206.
DURÁNTEZ, Conrado: Op. cit., pág. 60.
MANDELL, Richard: Historia cultural del deporte, pág. 258.
4 DURÁNTEZ, Conrado: Op. cit., pág. 60.
MAYER, Otto: Op. cit., pág. 256.
GRAUPERA, M. Hortensia: Op. cit, pág. 208.
5 Diario Marca, 7 de noviembre de 1956.
DURÁNTEZ, Conrado: Op. cit, pág. 61.
MANDELL, Richard: Op. cit., pág. 259.
6 THARRATS, Juan Gabriel: Historia de los Juegos Olímpicos, pág. 708.
7 GRAUPERA, M. Hortensia: Op. cit., pág. 710.
DURÁNTEZ, Conrado: Op. cit., pág. 61.
MANDELL. Richard: Op. cit., pág. 259.
8 MAYER, Otto: Op. cit, pág. 246.
9 COUBERTIN, Pierre: Informe de la VIII Olimpiada, París, 1924.
GRAUPERA. M. Hortensia: Olimpismo y Política, pág. 279.
10 MAYER, Otto: Op. cit., pág. 263.
DURÁNTEZ, Conrado: Los Juegos Olímpicos Antiguos, pág. 26.