Concedido el galardón, ulteriormente se descubrió que el autor y ganador del mismo, había sido el propio Coubertin que había concursado bajo seudónimo.
Oda al deporte
Pierre de Coubertin
I
¡Oh, deporte, placer de los dioses, esencia de la vida!
Has aparecido de pronto, en medio en la gris claridad
en que se agita la ingrata labor de la existencia moderna,
como mensajero radiante de los años pasados,
años aquellos en que la humanidad sonreía.
Y sobre la cima de los montes, se ha posado un resplandor de aurora,
y rallos de luz han iluminado el oscuro arbolado.
II
¡Oh, deporte, eres la Belleza!
Eres el arquitecto de este edificio que es el cuerpo humano
y que puede transformarse en abyecto o sublime,
según sea degradado por pasiones viles o sanamente cultivado por el esfuerzo.
No existe belleza sin equilibrio y sin proporción
y tu eres el incomparable maestro de uno y otra,
porque engendras la armonía, rimas los movimientos,
transformas la fuerza en gracia e infundes poder en lo que es débil.
III
¡Oh, deporte, eres la Justicia!
La equidad perfecta, perseguida en vano por los hombres
en sus instituciones sociales, se establece a tu alrededor.
Nadie podría sobrepasar en un sólo centímetro la altura que puede saltar,
en un solo minuto el tiempo que puede correr.
Sus fuerzas físicas y morales combinadas,
determinan por si solas el límite de su triunfo.
IV
¡Oh, deporte, eres la Audacia!
Todo el sentido del esfuerzo muscular se resume en una palabra: osar.
¿Para qué sirven los músculos, para qué sentirse ágil
y fuerte y cultivar agilidad y fuerza, si no es para probar fortuna?
Y, sin embargo, la audacia que inspiras, no tiene nada de la temeridad
que anima al aventurero, cuando deja al azar toda su jugada.
Es una audacia prudente y meditada
V
¡Oh, deporte, eres el Honor!
Los títulos que confieres no tienen ningún valor
si no han sido conseguidos con absoluta lealtad y desinterés perfecto.
El que, por un artificio inconfesable ha llegado a engañar a sus camaradas,
sufre la vergüenza en sí mismo, y teme el infamante epíteto
que será colocado junto a su nombre, si se descubre
la superchería de que ha intentado valerse.
VI
¡Oh, deporte, eres la Alegría!
A tu llamada el cuerpo se siente en fiesta y los ojos sonríen;
la sangre circula abundante y rápida por las arterias.
El horizonte de las ideas se hace más limpio y más claro.
Puedes, incluso, llevar una saludable diversión a las penas
de los que están tristes, mientras que a los dichosos
les permites gozar la plenitud de la alegría de vivir.
VII
¡Oh, deporte, eres la Fecundidad!
Tiendes al perfeccionamiento de la raza por caminos rectos y nobles,
destruyendo los gérmenes nocivos y corrigiendo las taras
que amenazan su necesaria pureza.
Inspiras al atleta el deseo de ver crecer a su alrededor
hijos robustos que le sucedan en la palestra
y que traigan, a su vez, los mejores laureles.
VIII
¡Oh, deporte, eres el Progreso!
Para servirte bien es necesario que el hombre
sea mejor en su cuerpo y en su alma.
Le impones la observancia de una higiene superior;
le exiges que se guarde de todo exceso.
Le enseñas reglas sagaces que darán el máximo de intensidad a su esfuerzo,
sin comprometer el equilibrio de su salud
IX
¡Oh, deporte, eres la Paz!
Estableces buenos contactos entre los pueblos,
acercándolos con el culto a la fuerza controlada,
organizada y maestra de sí misma.
Por ti aprende a respetarse la juventud universal
y así la diversidad de las cualidades nacionales se transforman
en fuente de generosa y pacífica emulación.