Cuatro candidaturas habían concursado para los Juegos de la XXI Olimpiada, que se habían de adjudicar a Montreal. Pero las peripecias organizativas de la edición canadiense y la costosa deuda que sus Juegos generarían para el futuro, disuadieron a muchos países de sus aspiraciones organizativas, y así sólo dos, con evidentes y contrapuestas connotaciones, optaron a ser sede de los Juegos de la XXII Olimpiada. Moscú ganó el envite, y Los Ángeles quedó en reserva para la siguiente edición, a la que concursó ya en solitario1.
Pero los acontecimientos que iban a acompañar los Juegos de la XXII Olimpiada marcaron un hito histórico de insensatez y de ignorante intromisión política en el gran acontecimiento deportivo. En Moscú 80, el partidismo político asestará por primera vez un duro, directo y peligroso golpe al gran festival, que, pese a ello, continúa inexorable su rumbo histórico, impulsado por la poderosa fuerza genética de sus ideales universalistas2.
Mucho antes de que se iniciase el gran boicoteo, la tensión internacional no era nada propicia a la concordia y amistad entre los dos grandes bloques, y una atmósfera semejante a los momentos más agudos de la guerra fría, hacía presagiar cualquier desenlace imprevisto en algún organismo o encuentro de tipo internacional, incluido el olímpico.
Los Juegos se habían adjudicado a Moscú en la Sesión del COI desarrollada en Viena en 1974 que otorgó a su vez los XIII Juegos de Invierno a la localidad norteamericana de Lake Placid, con lo que coincidían por primera vez un patronazgo olímpico de un país del Este o socialista, con el contrapunto de su oponente ideológico, catalogado como la máxima potencia capitalista del mundo. El fenómeno olímpico con este planteamiento organizativo daba muestras evidentes, una vez más, de una generalizada aquiescencia en la sutilidad de su penetración social. Pero dos años antes, los disidentes soviéticos habían difundido notoriamente un comunicado oponiéndose a cualquier celebración olímpica en la URSS, debido a su sistema político carente de libertades. Siete años más tarde, el 19 de junio de 1979, el diputado belga de Lovaina Willy Kuijpers afirmaba rotundamente que Gresko y Nikitana, miembros ambos del Comité Organizador de Moscú 80, pertenecían al Comité Estatal de Seguridad Soviético (KGB), y cinco meses después, el 17 de noviembre de 1979, el disidente soviético Vladimir Bukovski, aireaba a través de un periódico Parisino un artículo que, bajo el título de “Por el boicoteo”, razonaba los motivos por los que habría que aislar a Rusia en su patronazgo olímpico3.
Medallas de los Juegos de la XXII Olimpiada - Moscu 1980
A la tensión internacional vino a añadirse un argumento de peso por su trascendencia política, cual fue la invasión de Afganistán por las tropas soviéticas a finales de aquel año4. Las múltiples y airadas reacciones no se hicieron esperar, y Washington anunció toda una variada gama de represalias, desde la cancelación de todo tipo de acuerdos con la URSS, incluida la no ratificación del tratado SALT II, hasta el caudillaje de una campaña occidental para boicotear los Juegos, medida que incluso fue tratada también en la OTAN. Jean Pauls, embajador de Alemania Occidental en la OTAN, se atribuyó proféticas visiones de pasado cuando, apoyando decididamente el boicoteo de Moscú, decía:
«Si hubiera habido un boicoteo para los Juegos de 1936, celebrados en la Alemania de Hitler, el desarrollo de los hechos que se produjeron después en Europa a lo mejor no hubieran sido los mismos...».
El Consejo de Ministros de Europa, también apoyó al boicot, y como consecuencia de ello el 3 de enero de 1980, el Presidente americano Jimmy Carter, anunciaba oficialmente la decisión de boicotear los Juegos de Moscú, una vez que había sido convenientemente asesorado5. El mandato presidencial del famoso agricultor estadounidense no se habría de distinguir precisamente por sus aciertos, y las cotas de popularidad de EE.UU. bajo su mandato, habían alcanzado los más ínfimos niveles. De ahí que cuando el británico Lord Killanin, Presidente a la sazón del COI, tuvo conocimiento de la noticia, entre desencantado y reticente, expresará:
«El Presidente norteamericano Carter estuvo mal aconsejado al decidir el boicoteo de EE.UU. a Moscú. Si todos los consejeros de los jefes de Estado son así de sabios, que Dios nos coja confesados».
Con sus palabras Killanin no sólo criticaba la decisión adoptada, sino también a los posibles asesores que la hubieran podido apoyar, entre los que figuraban Brzezinski o la propia esposa del Presidente, Rosalyn. Un mes más tarde, el secretario de Estado norteamericano, Cyrus Vance, en lógica postura partidista, pero con evidente ignorancia del tema, precisaba:
«Para mi gobierno sería violar la tregua sagrada si asistiese a unos juegos organizados por un país que mantiene una guerra de agresión que se niega a finalizar, así como a retirar sus fuerzas de ocupación, pese a que reiteradamente la gran mayoría de la Asamblea General de la ONU así se lo ha solicitado»6.
Vance confundía el simplismo localista de Olimpia con su esencia rituaria, impregnada de profundas esencias religiosas, con la complejidad múltiple y contradictoria del siglo XX, cuando, de observarse con rigor los principios que él programaba, ¿se habrían podido celebrar muchos Juegos? En otro sentido, pese al cúmulo de cacareantes amenazas, ¿se tomó en aquella ocasión otra medida distinta a la inocente y lastimosa espantada del boicoteo? Estados Unidos encabezaría la campaña, que sería secundada de inmediato por el Reino Unido, haciendo exclamar a Margaret Thatcher, poco después de la inauguración de los Juegos:
«Los Juegos han comenzado bajo el himno olímpico, pero también con la música de las armas que se baten en Afganistán...»7.
Hasta el último momento, los rectores del COI sufrieron presiones para quitar a la URSS la organización de los Juegos, bajo la constante intimidación del gélido vacío que iba a proporcionar el gran boicoteo con que se amenazaba. Estoicamente, Killanin respondió a las presiones:
«Cada uno es libre de participar o no en unos Juegos Olímpicos, bien sea como espectador, atleta u organizador, pues el COI no exige la participación obligatoria»8.
En España el Gobierno de Adolfo Suárez también tomó postura por el boicoteo, manifestando:
«No es deseable la participación en Moscú, ni que los atletas usen el himno y la bandera española en sus Juegos».
Juan Antonio Samaranch, en aquellos momentos Embajador de España en la Unión Soviética, viajó para tornar parte en la sesión del Comité Olímpico Español (COE) en la que se decidiría la presencia española en los Juegos. Algunas de sus recomendaciones sirvieron sin duda para la decisión positiva que se adoptó, acudiendo por España un numeroso equipo de ciento sesenta y tres atletas, que desfiló con la bandera del COE, a causa de la postura oficial del Gobierno9.
Pebetero de Moscu 1980
Pese a todo, los Juegos comenzaron, por fin, el 19 de julio de 1980 con una ceremonia inaugural deslumbrante y extensa que se prolongó durante cuatro horas, la mayor duración de la historia olímpica10. El espectáculo artístico y deportivo montado por los organizadores soviéticos, superó todo lo que se había visto en Juegos anteriores. Dieciséis mil personas ejecutaron diversos ejercicios en el césped del Estadio olímpico, y en una de las gradas 3.500 personas formaron, en color, la efigie del osito Misha, la mascota de los Juegos moscovitas.
Otra novedad fue el encendido de la llama olímpica, que se realizó mediante un sistema electrónico situado bajo la grada, con lo que los atletas portadores de la antorcha no subieron, como en precedentes ocasiones, hasta el pebetero. La organización de estos Juegos supuso a la Unión Soviética un coste de más de 3000 millones de euros, el mayor presupuesto de la historia11.
Ciento veinte mil personas intervinieron en la preparación y desarrollo de los Juegos. Los soviéticos se movilizaron y los que hablaban idiomas sirvieron de guías y de intérpretes para las delegaciones extranjeras. La población empleada en el sector servicios había seguido, por otra parte, cursos de inglés, francés y alemán, que no siempre les permitieron estar a la altura de las circunstancias.
Pero el reverso de la moneda fue que, si bien las autoridades soviéticas realizaron un esfuerzo evidente para abrir su capital a los miles de turistas extranjeros venidos de todo el mundo para presenciar los Juegos, la cerraron a los soviéticos. Desde el 15 de julio hasta el 5 de agosto los no residentes en la capital no podían entrar en ella excepto en caso de fuerza mayor y mediante un pase expedido por el Ministerio del Interior. No se vendían billetes de tren o de avión para Moscú, y la entrada en coche estaba prohibida. Los niños desaparecieron de la ciudad, raptados por un invisible flautista de Hamelín, seguramente para no entrar en contacto con la previsible corrupción occidental. Además, para mantener una circulación fluida en el centro de la ciudad, se retiraron bajo los más nimios pretextos miles de carnés de conducir, mientras se mantenía una campaña disuasoria para los conductores.
No sólo la Villa Olímpica estaba protegida por el Ejército, sino todos los edificios que tuviesen algo que ver con la organización de los Juegos, así como los hoteles y restaurantes. La admisión en estos últimos, difícil en tiempo ordinario, sólo se conseguía en este período olímpico mediante la presentación de un pase especial, que a veces provocó situaciones hilarantes.
La inauguración de los Juegos coincidió con la ausencia un tanto sospechosa de varios embajadores que alegaron una simple coincidencia de fechas en sus vacaciones.
En los Juegos de Moscú 80, pese a ausencias tan notorias como las de EE.UU., Alemania Occidental, Japón, Canadá, Kenia o China, se contabilizaron 33 nuevos récords del mundo y sus actos ceremoniales fueron espectaculares, solemnes y acertados. El soviético Wladimir Salnikov, consiguió tres medallas de oro en natación, bajando por primera vez en 1.500 de los 15 minutos. Sus 14.58.27 fueron toda una proeza, como la conseguida por la alemana oriental Bárbara Krause en 100 metros libres, al bajar de 55 segundos (hizo 54.79). La parcialidad de los jueces perjudicó a algunos deportistas, como a los mexicanos Carlos Girón y Daniel Bautista y a la misma Nadia Comaneci, que sólo consiguió dos medallas de oro, siendo superada por la soviética Davidova. Los británicos Steve Ovett y Sebastian Coe protagonizaron un duelo personal y deportivo adjudicándose, respectivamente, las pruebas de 800 y 1.50012.
Steve Ovett y Sebastian Coe (GBR)
El atletismo femenino se convirtió, en Moscú, en un encuentro entre la Unión Soviética y la República Democrática Alemana, con un tercer invitado en calidad de pariente pobre que fue el resto del mundo. En estos Juegos, la distancia mayor para las carreras femeninas fue 1.500 metros, cuando en encuentros y campeonatos de Europa ya se disputaba la prueba de 3.000 metros. Habría que esperar cuatro años, hasta los Juegos de Los Ángeles, para que se incluyesen pruebas de fondo para mujeres, haciendo su aparición el 3.000 y la maratón pero todavía no las distancias intermedias, como el 5.000 y el 10.000. El finlandés Tomi Poikolainen ganó medalla de oro en tiro con arco proclamándose como el vencedor olímpico más joven de su país y el excelente boxeador cubano Teófilo Stevenson con imparable racha triunfal consigue la tercera medalla de oro olímpica en la máxima categoría. La mascota de los Juegos, el osito Misha, fue un permanente símbolo de ternura y simpatía que llevó a la emoción cuando en la jornada de clausura apareció en la gigantesca pantalla electrónica despidiéndose de los presentes resbalándole por el rostro un grueso lagrimón. El programa cultural montado y desarrollado antes y durante los Juegos, a tenor de la tradición y sensibilidad del país, fue rico y variado.
Misha - Mascota de los Juegos de la XXII Olimpiada - Moscu 1980
Juan Antonio Samaranch era elegido en Moscú para ocupar la Presidencia del COI. Desde sus inicios como practicante deportivo en las modalidades de Hockey, Boxeo y Fútbol, había recorrido una larga serie de mandatos como dirigente deportivo en los que adquirió singular experiencia. Delegado Nacional de Deportes y Presidente del Comité Olímpico Español (1967-1970), Jefe de Misión en los Juegos Olímpicos de Cortina D'Ampezzo (1956), Roma (1960), Tokio (1964). Miembro del COI desde 1966, Jefe de Protocolo del COI (1968- 1970), Miembro del Comité Ejecutivo (1970- 1979) y Vicepresidente (1974-1978).
Juan Antonio Samaranch (ESP) - 7º Presidente del Comité Internacional Olímpico
Una sutil diplomacia, férrea voluntad y prodigiosa capacidad de trabajo eran las características fundamentales del séptimo Presidente del COI. Bajo su mandato frenó las algaradas políticas generadoras de los boicots, visitó en agotadores viajes las sedes de los CON, terció con justo humanitarismo en el problema racial de Sudáfrica, y gestionó abundantes ingresos en la Tesorería del COI, con los que planificar generosos programas de ayuda a los CON de las naciones más necesitadas.
Su total y permanente dedicación al cargo, fácil acceso y trato acogedor le granjearon el total reconocimiento de la familia olímpica que lo valoró como el más destacado Presidente del Comité Olímpico Internacional, después de su fundador.
Uno de los más novedosos acuerdos adoptados en la 82ª Sesión del COI en Lake Placid, fue la de crear una Comisión encargada de la valoración y estudio de la propuesta griega realizada por el presidente de la República Constantino Caramanlis, para la creación en suelo heleno de unas instalaciones permanentes en donde poder organizar las sucesivas ediciones de los Juegos. Tal enclave gozaría de neutralidad y extraterritorialidad y ofrecería las ventajas de un reducido coste de mantenimiento, evitar motivaciones a la absurda plaga de los boicoteos y perfeccionar eficaces medios de seguridad contra la locura salvaje de la lacra terrorista. La Comisión presidida por Luis Girandou N'Diaye, miembro del COI por Costa de Marfil e integrada por James Worrall (Canadá), Pedro Ramírez (México) y Nicolás Nissiotis (Grecia) estudió la ilusionada propuesta griega, que al final quedaría archivada en el tiempo, como un romántico proyecto que, de aceptarse, provocaría en contraposición a sus aspectos positivos, la inevitable pérdida del talante internacionalista de los Juegos con su periódica y viajera ronda cuadrienal.
En el XI Congreso Olímpico desarrollado en Badem-Badem entre los días 23 al 28 de septiembre de 1981, entre otros importantes acuerdos se adoptó el de incluir para la próxima edición de los Juegos en 1988 al tenis, en la sola modalidad individual para ambos sexos, así como al tenis de mesa. Al mismo tiempo y muy de acuerdo con el talante culturalista del nuevo presidente, se adopta la decisión de reorganizar el Museo Olímpico cerrado desde hacía varios años, así como construir una amplia y nueva sede para el mismo, cuyos planos y estudio son encomendados al prestigioso arquitecto mexicano Pedro Ramírez Vázquez, miembro del COI13.
El 8 de julio del mismo año el Consejo Federal Suizo mediante un Decreto, reconoce al COI personalidad jurídica, otorgándole con ello los derechos y libertades garantizadas en el ordenamiento jurídico nacional del país y al mismo tiempo le otorga un estatuto particular en reconocimiento a sus actividades universales y su carácter específico de institución internacional14.
La localidad norteamericana de Lake Placid repite como sede olímpica después de los terceros juegos aquí organizados en 1932. El gran triunfador de la edición es el americano Eric Heiden que copa las cinco medallas de oro de patinaje de velocidad masculino. El ruso Nikolay Zimyatov consuma el prodigio de vencer en tres pruebas de esquí nórdico, las de 30 Km y 50 Km. En relevos 4 x 100 y en hockey sobre hielo los americanos arrebatan a los soviéticos su tradicional primacía en la prueba.
Fuente: DURÁNTEZ, Conrado: Las Olimpiadas Modernas, Madrid. 2004, pág. 31 y ss.
CONRADO DURÁNTEZ
Es Presidente de Honor del Comité Internacional Pierre de Coubertin, Presidente fundador del Comité Español Pierre de Coubertin, Presidente fundador de la Asociación Panibérica de Academias Olímpicas y también Presidente fundador de la Academia Olímpica Española y Miembro de la Comisión de Cultura del Comité Olímpico Internacional hasta 2015. Ha intervenido en la constitución de más de una veintena de Academias Olímpicas en Europa, América y África. Su vocación por el Olimpismo ha sido proyectada en constantes y numerosas intervenciones en congresos mundiales, conferencias y simposios diversos, así como en la publicación de numerosos artículos en periódicos y revistas especializadas nacionales y extranjeras dedicados al examen y estudio del fenómeno olímpico.
Fuente vídeo: http://www.youtube.com
CITAS:
1 FLEURIDAS, C: Les Jeux Olympiques, pág. 70.
2 DURÁNTEZ, Conrado: Los Juegos Olímpicos. La larga marcha XIII.
PAVLOV, Sergei: Discurso en la 83ª Sesión del COI, Revista Olímpica, pág. 403.
3 GRAUPERA, M. Hortensia: Olimpismo y Política, pág. 214,
4 MANDELL, Richard: Historia cultural del deporte, pág. 270.
CHANDLER, William: Historia de los Juegos Olímpicos, pág. 68.
5 GRAUPERA, M. Hortensia: Op. cit., pág. 218.
6 82ª Sesión del C.O.I. en Lake Placid, 9 de febrero de 1980, 'Discurso de apertura', Revista Olímpica, 1980, pág. 104.
7 GRAUPERA, M. Hortensia: Op. cit., pág. 220.
8 Lord Killanin: «Discurso en la 83ª Sesión del COE», Revista Olímpica, pág. 408
Revista Olímpica, 1960. pág. 107.
KEBA M'baye: «El movimiento olímpico en peligro», Revista Olímpica, 1980, pág. 619.
9 CHANDLER, William: Historia de los Juegos Olímpicos, pág. 68.
10 CHANDLER, William: Op. cit., pág. 69.
11 DURÁNTEZ, Conrado: Los Juegos Olímpicos, la larga marcha XXII.
12 CHANDLER, William: Op. cit., pág. 70.
13 84ª Sesión del COI, Revista Olímpica, 1981, pág. 629.
14 “El Estatuto Internacional del COI”, Revista Olímpica, 1981, pág. 641.